Desigualdades sociales en tiempos de coronavirus: desafíos de la democratización de la Educación Superior en Argentina en el contexto pandémico. El caso de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

Por Prof. Nahue Luna, Lic Cecilia Morales, Lic. Ariel Albornoz. Universidad Nacional Arturo Jauretche, Florencio Varela, Buenos Aires, Argentina.
María reside en Florencio Varela (Buenos Aires) a 15 cuadras de la Universidad y se encuentra en los últimos años de la carrera de Trabajo Social de la Universidad, vive con sus dos hijes, trabaja desde casa como empleada municipal y se ocupa del cuidado de todo su grupo familiar. Hace poco y apenas dictado el Aislamiento Social Obligatorio su marido se quedó sin trabajo. Ella se encuentra cursando cuatro materias cuatrimestrales que le permitirán poder iniciar su trabajo de tesis para concluir su carrera de grado. Se conecta 4 veces por semana a través de un dispositivo móvil que además comparte con su hije de 5 años quien transita el preescolar.
El presente artículo tiene como objetivo, visibilizar y reflexionar sobre las experiencias como las de María, una de muchas mujeres estudiantes en la Universidad Nacional Arturo Jauretche ubicada en la localidad de Florencio Varela, en el sur del conurbano de la ciudad de Buenos Aires, territorio urbano marcado por altos niveles de desigualdad y pobreza en Argentina. Iniciaremos con un breve recorrido histórico por el sistema universitario argentino y el nacimiento de esta Universidad Nacional, para luego adentrarnos en las experiencias biográficas y trayectorias académicas en el contexto actual, haciendo hincapié en el impacto desigual de este fenómeno en las vidas cotidianas de mujeres estudiantes pertenecientes a sectores populares.
La Universidad argentina históricamente ha participado en la consolidación y reproducción de las jerarquías sociales, diferencias económicas y de género. Sin embargo, la creación de un conjunto de nuevas universidades del conurbano en 2008 vinieron a poner en discusión el histórico carácter elitista de la Universidad y junto a ello, las desigualdades históricas en el acceso, permanencia, progreso y egreso efectivo de ciertos sectores a la Educación Superior.
La Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) se crea en el 2009 durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, período que se caracterizó por poner en acto un proceso de ampliación de derechos sociales a partir del papel interventor del Estado. La creación de estas instituciones de formación y a su vez el enfoque de derecho a la Educación Superior que desarrolló el Estado argentino como política social universal, posibilitó el ingreso de una población históricamente excluida. Así, la población estudiantil de la UNAJ viene principalmente de Florencio Varela, zona caracterizada por condiciones históricas de desigualdad en el conurbano sur. Adriana Chiroleau plantea en un ensayo del 2016 que este proceso de democratización externa refiere a la articulación entre la institución y la sociedad y da cuenta de la búsqueda de una mayor representación social de las clases o grupos sociales. El mismo fue posible en nuestro país principalmente por dos instancias claves: la gratuidad en la enseñanza universitaria y la ampliación del ingreso a la misma. Estos dos hechos marcan el recorrido histórico de la Universidad argentina, de manera significativa.
En el marco de los procesos de democratización externa mencionados, nos interesa pensar particularmente la experiencia de mujeres estudiantes de la carrera de Trabajo Social en el actual contexto pandémico, a través de su propio relato. La Carrera de Trabajo Social se aprobó por el Consejo Superior de la UNAJ el 29 de Mayo de 2015. Su incorporación a la oferta académica toma fundamento a partir a la vacancia de formación teórica y metodológica en intervención sobre problemáticas sociales en la región de influencia de la misma. En este sentido el objetivo central de la formación profesional de les estudiantes es la intervención y la transformación de las condiciones sociales desiguales en los territorios en la cual se sitúa. La matrícula de Trabajo Social se compone con un alto porcentaje de mujeres (87,6%) característica que nos hace preguntarnos sobre sus particularidades a la hora de analizar el acceso, permanencia, progreso y egreso a la educación superior.
El acceso de las mujeres a la educación superior constituye una conquista tardía en la historia del derecho a la educación universitaria y representa grandes desafíos tanto para las instituciones como para ellas.
Si pensamos en la inserción de las mujeres provenientes de sectores populares en la UNAJ, se evidencia un despliegue particular de estrategias por parte de estas mujeres autodefinidas como: madres, trabajadoras, estudiantes, militantes y en muchos casos jefas de familia. Ellas han sabido construir y desplegar estas múltiples identidades para poder hacer frente al desafío de llegar, permanecer, avanzar y graduarse en la universidad.
Una de las mayores desigualdades sociales traducida en obstáculos para la trayectoria en la universidad es el trabajo doméstico, teniendo en cuenta que el trabajo doméstico está naturalmente equiparado a la condición de ser mujer. Es decir, en el sentido común está arraigado una construcción acrítica que enlaza al trabajo doméstico con la condición de ser mujer. Estas construcciones históricas equiparan la genitalidad con comportamientos sociales y se reproducen en el imaginario social de manera muy efectiva dejando de lado el pensamiento reflexivo o analítico. Estos pensamientos tienen tanta efectividad en los imaginarios colectivos que sostienen desigualdades en las labores domésticas y las tareas de cuidado, construyendo y reproduciendo la idea que las mismas son responsabilidad exclusiva de las mujeres. Y si no los cumplen, son etiquetadas malas mujeres, malas madres.
En este sentido, en los tiempos de la pandemia COVID-19, estas mujeres estudiantes se encuentran frente al desafío de sobrevivir a un tiempo de sobreexigencias en un contexto en el que las desigualdades socioeconómicas y los mandatos sociales se exacerban. Las construcciones sociales que legitiman la desigualdad y las demandas sobre los cuerpos femeninos no cesan a pesar del excepcional contexto de pandemia, en el que se agrega un torbellino de trabajo virtual o “teletrabajo” que se tiene lugar en los hogares. Comprendemos que existe una constante incitación social a la hiperproducción y a la multifuncionalidad agudizada por las redes sociales y los medios de comunicación, de que “hay que hacer todo lo pendiente”: realizar ejercicio físico, comer mejor, aprovechar el tiempo “perdido” con les hijes, tomar clases de yoga virtuales y meter el máximo de materias posible. Las construcciones mediáticas apelan a la idea de una ama de casa feliz y satisfecha que puede con todo solo por amor.
En los intercambios realizados con estudiantes mujeres en el contexto de pandemia, hubo dos expresiones que llamaron nuestra atención y que permiten comprender cómo se vivió este particular contexto al inicio del primer cuatrimestre en el 2020:
“No puedo quedarme sin hacer nada”. “Voy a aprovechar la virtualidad para meter cinco materias”.
Estas exigencias se hacen más profundas entre las mujeres quienes son las que además se ocupan del trabajo doméstico y las múltiples tareas de cuidado, casi exclusivamente. En medio de esta desigualdad histórica, el miedo al fracaso se agudiza porque además de hacer de todo, hay que hacerlo bien, también hay que “triunfar”, y alcanzar logros y objetivos propios de ideales de mujeres que se imponen sin descanso al encender la televisión, mirar revistas y redes sociales. No obstante, la vida de las mujeres estudiantes de una universidad en el conurbano bonaerense tiene sus particularidades: no cuentan con un cómodo espacio para estudiar, ni con una computadora con una excelente conexión a internet y no pueden estar produciendo lo máximo posible para aprovechar “el tiempo muerto”. Asimismo, no sólo no cuentan con una computadora, en la mayoría de los casos, comparten el dispositivo móvil con el resto de las personas que conviven en el hogar, además de aprovechar los datos de internet, que no son muchos y se acaban rápido.
Estas mujeres estudiantes, trabajadoras, madres, cuidadoras y en muchos casos militantes se encuentran frente al desafío de sobrevivir a un tiempo de sobreexigencias en un contexto en el que las desigualdades materiales marcan la diferencia.
A partir del recorrido histórico y el relato de las experiencias de las estudiantes de Trabajo Social en la actual pandemia, nos surge la siguiente pregunta y múltiples reflexiones:
¿La virtualización no tiene sentido en este contexto? Las universidades del conurbano tienen una función social que no tienen otras universidades tradicionales o de “élite”. Nuestras universidades, y la nuestra en particular, tiene la función de conectarnos, de construir con otres, trabajar colectivamente en los territorios, de intervenir cuando el otre lo necesita, de armar redes, de contener, de sabernos juntes. Y en esa tarea el rol docente y el rol de la universidad se vuelven fundamentales.
Nos resulta interesante pensar la virtualidad como un desafío que deja latente la cuestión de la autonomía y del trabajo individual, frente al trabajo colectivo. El desafío de construir procesos pedagógicos que tornen autónomas a nuestras estudiantes, que puedan reconocer y evaluar sus propios procesos educativos, identificando además cuándo pedir ayuda.
Ser conscientes de las nuevas reglas que se imponen el contexto y la coyuntura, nos desafía a empatizar más que nunca con estudiantes, tener cuidado de no replicar las reglas de la presencialidad y las desigualdades propias de este formato serán las claves para lograr lo que consideramos lo más importante en este contexto de pandemia: mantener la humanidad como eje rector del proceso de enseñanza – aprendizaje y que permite en definitiva obtener calidad educativa. Frente al aislamiento al que la pandemia nos obliga, proponemos repensar prioridades.
Pensar la virtualidad lejos de estándares usuales, de logros, de objetivos usuales, porque este no es un contexto usual. En lugar de preocuparnos demasiado por conservar las paredes institucionales, jerarquías, procesos y métodos, este es un tiempo para la incomodidad y el aprendizaje. El desafío es pensar la virtualidad en función de las vidas reales de nuestras estudiantes, flexibilizando tiempos contenidos y procesos. Diversificando estrategias y creando propuestas acordes o coherentes con el contexto que atravesamos y con las trayectorias diversas que nuestras estudiantes presentan. Esperando que de este modo puedan cumplir de la mejor manera la multifuncionalidad y la sobreexigencia que la pandemia exacerba en sus biografías y que puedan de una manera autónoma, manejando sus tiempos por ellas mismas, estudiar y reflexionar sobre las propuestas teóricas que se les presentan. Fortalecer la idea de la autonomía permite flexibilizar las formas que se proponen para que las clases continúen y pensarlas en un marco de inclusión. De esta manera, se pone el desafío en la reflexión e interpretación de cada una de ellas: ¿cómo planteamos una autonomía apta y coherente para las estudiantes mujeres mientras no se pierda la necesidad de lo colectivo y el apoyo mutuo?
No podemos exigir las mismas reglas de una presencialidad como si la virtualización de las materias viniera a reemplazar las clases presenciales. Es imprescindible pensarlas como instancias distintas en un contexto difícil, pero que nos mantienen conectades y pensando juntes a la distancia. Seguiremos reflexionando para crear mecanismos más inclusivos que potencien la autonomía y que sostengan a les estudiantes en las aulas virtuales y reales.
Asumir los desafíos que nos presenta la pandemia seguramente implique ciertos costos, así como nos demanda tomar decisiones por una opción pedagógico- política frente a otras. Elegimos pensar en la universidad como un espacio de contención que garantice el derecho a la educación, sin reemplazar la humanidad por lógicas burocráticas descontextualizadas que la condenen. Procuremos que nuestres estudiantes transiten este recorrido de una manera coherente con sus realidades y con el compromiso que les caracteriza.
Bibliografía citada
Chiroleau (2016). La democratización universitaria en América Latina: sentidos y alcances en el siglo XXI. En: el derecho a la universidad en perspectiva regional. Editorial CLACSO/IEC/ CONADU